Los beneficios de una buena salud sexual
La Organización Mundial de la Salud (OMS) aboga por la necesidad de gozar de una salud sexual plena, a la que define como «un estado de bienestar físico, mental y social» relacionado con la práctica de un sexo «positivo y respetuoso, [con] experiencias sexuales placenteras y seguras, libres de toda coacción, discriminación y violencia».
Muchos son, en realidad, los beneficios que el sexo aporta a nuestra salud, de entre los cuales cabe destacar:
- La práctica de ejercicio.
- El alivio del estrés.
- El bloqueo del dolor, mediante la liberación, durante el orgasmo, de una hormona que ayuda a elevar el umbral de dicha sensación.
- La mejora del sueño y del descanso, gracias a la prolactina, responsable de la somnolencia y de la relajación, que se segrega tras el acto sexual.
- La reducción del riesgo de padecer ataques cardíacos, ya que contribuye a disminuir la presión arterial y a mantener en equilibrio los niveles de estrógeno y de testosterona.
¿Qué es la oncosexualidad?
Cuando a algún individuo se le detecta un cáncer, la pregunta de cómo afectará la enfermedad a su vida sexual es algo que forma parte de su lista de preocupaciones tras el diagnóstico.
De ahí que haya surgido una subespecialización en el ámbito de la medicina denominada «oncosexualidad», que se dedica a estudiar las relaciones existentes entre el cáncer y la sexualidad.
De hecho, diversas investigaciones han demostrado que, si el enfermo de cáncer tiene una vida sexual placentera, se reducen sus niveles de congoja, así como la sensación de incomodidad y de abatimiento.
En esta línea, la proximidad y la calidez humanas y el sentimiento de compañía favorecen la capacidad del paciente para adaptarse a los efectos del cáncer y a los de sus diferentes tratamientos.
¿Cómo afecta el cáncer a la vida sexual de quienes lo padecen?
Estar enfermo de cáncer implica hallarse expuesto a dos tipos básicos de trastornos que potencialmente pueden afectar a la plenitud sexual:
- Los de tipo físico, producidos por los tratamientos aplicados (alteraciones anatómicas, niveles reducidos de hormonas sexuales, fisiología alterada, etc.).
- Los de tipo psicológico, como la ansiedad o la depresión. Datos recientes confirman que entre un 20-40% de las personas aquejadas de cáncer sufren ambas dolencias en relación a la función sexual durante el primer año de su enfermedad.
Tres momentos de incidencia del cáncer en la sexualidad
Por sus síntomas y por su impacto psicoemocional y social, cualquier tipo de cáncer es capaz de provocar cambios notables en los patrones de comportamiento sexual, con lo que puede originar dificultades nuevas en este ámbito, o tal vez exacerbar algunas que ya existían previamente.
Tres son los momentos clave para la evolución de la sexualidad del enfermo de cáncer:
- El primero, cuando tiene lugar el diagnóstico; ante el impacto de la noticia, es lógico que se produzca una reducción del deseo sexual.
- El segundo, durante el tratamiento; la radio y quimioterapia, la cirugía, la terapia hormonal, etc., suelen implicar una serie de efectos secundarios: debilidad, náuseas, vómitos, inapetencia… Todo ello dificulta la práctica normal de sexo.
- El tercero es la fase posterior al tratamiento, conocida como de reconstrucción de la imagen y de la autoestima; la experiencia traumática vivida por la persona enferma implica una serie de trastornos psicológicos.
¿Cómo afrontar los desórdenes sexuales producidos por el cáncer?
Igual que sucede en el curso de recuperación o aceptación de cualquier otra enfermedad grave, debe producirse un proceso de rehabilitación y adaptación por parte del paciente oncológico a esa nueva etapa de su vida.
Se calcula que aproximadamente un 70% de los enfermos de cáncer con disfunción sexual mejora si recibe el tratamiento adecuado.
Por ello es tan importante acudir a tiempo a profesionales especializados en la materia (sexólogos, andrólogos…).
Hay que señalar que se trata de un proceso de recuperación en general bastante lento, puesto que la sexualidad es un tema tabú en nuestra cultura y cuesta que el enfermo lo aborde abiertamente.
Ello explica que gran parte de las terapias oncosexuales respondan, precisamente, a potenciar la comunicación emocional, en las que se profundizará en los estados de ánimo y las dificultades del paciente, para que pierda el miedo o las reservas que le impiden entregarse a una actividad no sólo placentera sino, en ocasiones, esencial para su total restablecimiento.
En este sentido, juega un papel capital la pareja del enfermo, en caso de tenerla. Su cercanía y sus muestras de afecto deben estar siempre presentes, dado que constituyen una parte fundamental de cualquier sexualidad bien entendida.
El tratamiento último: más allá del coito
Las situaciones más complicadas son las que presentan aquellos pacientes cuyo tratamiento oncológico continúa durante años hasta que, una vez finalizado, se cancelan sexualmente a sí mismos (y por ende, a su pareja) porque han sufrido complicaciones orgánicas dramáticas, tales como una mastectomía, un estrechamiento de la vagina o una disfunción eréctil.
Ante casos así, los especialistas en salud mental tienen que ayudar a quienes acuden a ellos a reformular su vida íntima, sobre todo a través de educarles en una sexualidad no centrada en lo genital o en el coito, sino en la búsqueda del placer desde un concepto mucho más amplio.
Bajo esta perspectiva, el cáncer pone a prueba la capacidad de innovar y de redescubrirse, tanto a nivel individual como de pareja, y permite desmitificar creencias erróneas sobre el sexo, al recuperar zonas erógenas ninguneadas o desatendidas.