El maravilloso y complejo mundo de las emociones
Parece curioso que hagamos referencia a las emociones constantemente, sin embargo, poco nos paramos a reflexionar en profundidad sobre ellas, a comprender su sentido de ser, a percatarnos de la función que cumplen y a aprender a gestionarlas adecuadamente para desarrollar aquello que definimos como inteligencia emocional.
Vivimos en piloto automático, sumidos/as/es a una vorágine de hiperproducción que poco nos invita a bajar las revoluciones, focalizar la atención en nosotros/as/es e identificar y aprender a comprender nuestro mundo emocional, a usarlo a nuestro favor, y a conectar con el escenario emocional de los/las/les otros/as/es.
A pesar de ello, debemos aprender a nadar a contracorriente y mantenernos firmes en dicha opción.
Resulta indispensable que reaprendamos la capacidad de bajar al cuerpo, de conectar en profundidad con nuestra esencia, de sentir(nos), de despertar nuestra intuición más genuina.
Y sí, hablo de reaprender, de volver a hacerlo, porque ya nacimos todos/as/es con dicha capacidad y, cuando éramos infantes, la poníamos a prueba constantemente, ya que nos relacionábamos con el mundo a través de ella, pero ya hace un buen tiempo que quedó en desuso. Enmarañada.
¿Qué tal si procuramos recordar?
Conectar con ese/a niño/a/e que éramos y en cómo vivíamos como seres en un todo integrado, pensamiento-emoción-conducta, que ahora frecuentemente se encuentra fragmentado, o si más no, desconectado o con dificultades para establecer conexión entre sus diferentes partes.
¿Tienes ganas de retomar el timón de tu vida emocional? ¡Hoy te contaré los aspectos esenciales para que puedas empezar a construir la realidad que deseas!
¿Sabes lo que es una emoción?
Una emoción es una reacción psicofisiológica que se produce a raíz de un estímulo externo o interno, ya que nosotros/as/es mismos/as/es también podemos evocar pensamientos o imágenes que activen una reacción emocional.
Las emociones segregan una serie de neurotransmisores, hormonas, péptidos y neuropéptidos – en una combinación determinada para cada tipo de emoción e intensidad – que entran al torrente sanguíneo, provocando así una serie de reacciones fisiológicas que percibimos en el cuerpo, como puede ser taquicardia, sudoración, enrojecimiento, etc.
Pero la emoción es breve, dura unos segundos hasta unos pocos minutos, y justo este aspecto es uno de los que hemos desaprendido en comparación a nuestra niñez.
La fluidez de las emociones
Cuando éramos pequeños/as/es, fluíamos con las emociones. Aceptábamos sin titubear que las emociones venían a nosotros/as/es, las sentíamos, captábamos aquello que nos querían transmitir y las dejábamos marchar, para abrir paso a otras emociones, y así sucesivamente.
Me gusta explicarlo con la metáfora del vaivén de una hoja, que viene y con gran liviandad, se va, sin dejar rastro, sin dejar cicatrices.
La realidad es que, a medida que nos hacemos mayores, nos cuesta más “pasar página”.
Aceptar ese vaivén emocional no es fácil y, como consecuencia de ello, muchas veces nos quedamos con lo que llamamos “emociones enquistadas”.
Emociones que no hemos sabido cómo transitar y soltar, y a las que nos hemos amarrado con sensación “no hay salida”, dando paso a un estado emocional cronificado, del que puede costarnos más desprendernos.
¿Cómo debemos actuar para poseer una buena inteligencia emocional y saber fluir con las emociones?
Debemos tener claro que, para considerarnos personas con un óptimo desempeño en inteligencia emocional, deberemos cultivar y entrenar CUATRO áreas imprescindibles que conforman dicha habilidad:
- La capacidad de IDENTIFICAR las emociones que siento en cada momento. Para ello resulta crucial bajar al cuerpo, percatarse dónde y de qué forma se manifiestan en el cuerpo nuestras emociones, qué nivel de activación y de agradabilidad nos generan y, a partir de todo este análisis, la capacidad de ponerle una etiqueta lo más precisa posible, para cubrir con ella con exactitud aquello que estemos sintiendo.
- La capacidad de COMPRENDER las emociones que experimento, es decir, de entender el porqué de cada emoción. ¿Qué quiere decirme esta emoción? ¿Qué mensaje o advertencia trata de darme?. Las emociones cumplen una función de supervivencia, por ese motivo han permanecido a lo largo de los siglos y según la teoría de la evolución. Están ahí por algo, pero debemos aprender a leer el motivo que se esconde tras ellas y escuchar, para poder decidir, en un momento posterior, si debemos atender a su demanda de acción/inacción implícita o no, a partir de un proceso de decisión racional.
- ¿Te preguntas qué nos puede decir la tristeza? Que te estás alejando de tus objetivos/metas, por ejemplo. ¿Y el miedo? Que tu persona puede estar en riesgo y necesita protegerse. ¿La alegría? Que estás, donde debes estar, entre otros.
- La capacidad de UTILIZAR las emociones para sacar un provecho positivo de todas ellas. Sí, esto es posible, incluso de aquellas que consideramos negativas. Si hemos practicado lo suficiente y tenemos un buen dominio y conocimiento para identificar, comprender y conocer con exactitud cómo nos desempeñamos cuando nos encontramos inmersos/as/es en cada una de las emociones, podremos aprender a prever de qué manera nos podrán beneficiar o entorpecer determinados estados emocionales para la realización de X conductas. ¿Y esto para qué nos sirve? ¡Pues un montón! Puesto que, poseyendo esta información, puedes aprender a disponer tu estado emocional en uno u otro sentido, a partir de técnicas de anclaje emocional.
- La capacidad de REGULAR las emociones que estamos sintiendo, para ajustar su forma de externalizarlas de acuerdo con las normas sociales y, para saber gestionarlas de un modo correcto, sano para la salud mental de todos/as/es. Es vital no solo identificar y conocer, sino saber cómo gestionar y adecuar lo que hacemos con dicha emoción, es decir, la respuesta o ausencia de ella que emitimos o dejamos de emitir como consecuencia de…
En resumen…
Te voy a poner un ejemplo de todo ello, para que lo veas más claro:
Identificación: Estoy en una reunión de trabajo y ante un comentario invalidante que ha realizado un compañero de trabajo hacia mi desempeño laboral, he detectado que estoy sintiendo un nivel de activación muy alto y un grado de agradabilidad muy bajo.
Analizo mi cuerpo y siento que los músculos se me están tensando, que el cuerpo me late fuerte y rápido y siento un calor corporal intenso en la parte superior.
Lo tengo claro, todo esto me indica que estoy sintiendo ira/rabia.
Comprensión: Sé que la rabia me predispone a la acción para subsanar una situación que percibo como injusta, ya que puede estar poniendo en amenaza mis objetivos/metas, en este caso, laborales.
Acepto este mensaje de advertencia que me aporta la emoción de ira.
Utilización: Soy consciente que, cuando siento rabia, pierdo los papeles debido al fenómeno del secuestro emocional* y puedo soltar algún comentario ofensivo y desafortunado del que luego sé que me arrepentiría.
Ante esta situación en la que me encuentro, no quiero responder de forma agresiva, y devolver la ofensa con otra ofensa, por ello necesito rebajar la intensidad de la ira, para propiciar un estado emocional que me permita actuar de forma oportunidad y adecuada, de acuerdo con mis valores.
Regulación: Ya he decidido que no quiero que hable la ira por mí y que, por lo tanto, debo gestionar la emoción que estoy sintiendo para poder rebajar su intensidad, dando así una respuesta racional y no puramente emocional.
Para ello, decido contar hasta 10 antes de responder y con ello ya estoy actuando sobre mi estado emocional.
Querido/a/e, ¿has probado de poner en práctica los elementos que te he descrito en este artículo? Te invito a que lo hagas, ¡observarás como se expande tu mundo emocional!
Si después de leer este artículo consideras que necesitas nuestro acompañamiento profesional para regular tus emociones, no lo dudes más y contáctanos, ¡podemos ayudarte!
Si tienes cualquier duda, puedes ponerte en contacto conmigo a través del formulario de contacto, vía whatsapp al +34 619 20 69 79 o escribir tu comentario en este post.
Con amor,
Emma Ribas